Continuación del post anterior (más panis et circenses)

Una lástima, vamos.

Porque ya me veía yo 5 años más tarde, en mi rancho de 3.500 hectáreas en Tijuana, fumando en pipa mientras me balanceaba en mi mecedora de madera, elaborada a mano a partir de alguna especie arbórea amazónica en peligro de extinción por auténticos niños explotados guatemaltecos . Sin tesis, sin preocupaciones... un braguetazo, en definitiva.

Y cuando me cansara de tanto f… fregar los platos, tomaría conmigo mi rocín blanco (como el que llevaba cantante Sting en su boda) y me iría al galope a recorrer los extensos viñedos de la hacienda. Llegado a una colina desde la que se divisarían todos mis dominios y plantaciones, señalaría con el dedo hacia donde se acaba el horizonte y se pone el sol y, mesando el cabello de uno de mis ocho hijos (posiblemente comprado por 100 euros a alguna familia pobre en algún país ex–comunista de Europa del Este, que ya vienen criados y no tocan los cojones ni lloran de noche), diría en tono solemne, cual Angela Channing a Lorenzo Lamas en Falcon Crest:

“Algún día, hijo mío, todo esto será tuyo”

Lo que viene siendo un braguetazo, vamos.

Pero, si a hechos reales nos atenemos, llevamos camino de acabar como las chicas de oro.